lunes, 1 de octubre de 2012

LOS GRILLOS DE RAPA NUI. (1988; actualizado en 2012).



 
LOS GRILLOS DE RAPA NUI. (1988; actualizado en 2012).
                                                                      Dedicado a don Alberto Hotu y toda la comunidad Rapa Nui.
Los navegantes de la vida.
¿Hacemos túneles entre los fardos? No, esta vez no nos encontrarán. Los túneles, entre los fardos de lana, siempre habían fallado. El piloto los dejaba hacer, pero el último día bajaba a las bodegas del barco y revisaba todo. Siempre los encontraban. Fuese mediodía o medianoche terminaban todos nadando hacia la orilla. Nadie había logrado viajar al continente, a conocer Chile, así, hasta ahora. El caso de Carlos Joaquín Rapu era distinto. Él se había ido enfermo y ahora estaba trabajando en Valparaíso.
Levantaron unas tablas en el fondo. Se podía sentir el sonido del mar bajo el casco y oler el agua mugrienta a petróleo, desperdicio y lastre. Era la sentina del barco; su último rincón profundo. No les preocupó, fue más fácil que entrar a las cuevas familiares. Estrechas, oscuras y profundas aberturas que se internan en la roca volcánica de la isla. Eran siete. Siete tenían que ser. Y los siete adolescentes se sumergieron en la sentina. No había más de ochenta centímetros de alto. Veinte de aire. Bajaron algunos fardos laneros y se fueron recostando; el cuerpo en el agua y el petróleo, la cara, bajo las tablas, achatada de aire. Faltaban tres días para el zarpe.
Los siete guerreros navegaron en dirección al sol. Seguían el sueño de Han Maka. Venían desde el país maorí, de un lugar llamado Marae Renga. Ira, Raparenga, Ku’uku’u  A’Huatava, Uure A’Huatava, Ringingi A’Huatava, Nonoma A’ Huatava, y Mako’i Ringiringi A’Huatava fueron los primeros en pisar la isla; ya no se sabe hace cuanto: ¿400? ¿800? ¿1600 años atrás?
Sintieron hambre. Pescaron, hicieron fuego y quedaron satisfechos. Una tortuga los distrajo. Ira intento levantarla, ni él ni sus compañeros lo lograron. Sólo Ku’uku’u, pero fue golpeado por la tortuga. Cuando el rey Hotu Matu’a, su mujer Vakai  A’Heva y la hermana del rey, Ava Rei Pua llegaron a la playa de Anakena, siguiendo la huella en el mar de sus siete guerreros, Ku’uku’u había muerto.
Siete moai miran hacia el mar en las laderas del   Ahu a Kivi. Sus cuencas ciegas vagan hacia la Polinesia, esa región de islas y mar que, aún no ha contado su pasado. A tres mil kilómetros a la redonda nadie respira, ni habla, ni ríe, ni canta, ni danza, sólo los habitantes de Te Pito te Henua, la isla que canta a la vida y calla a la historia.
¿Cómo trajeron a los moai hasta acá?
A los moai no los trajo  nadie;  ellos llegaron solos desde las canteras del volcán Rano Raraku.
¿Y cómo?
Mauá, poder. Eso es todo.
Misterio en la roca, misterio en el mar. Seres de piedra que se deslizan por la isla. Cuerpos fatigados atravesando el océano con el agua hasta el cuello bajo la sentina de un barco.
Habían llevado bastante agua y algo de comer; piñas, guayabas y varias gallinas. Pronto lo poco se acabó. Al cuarto día, cuando zarpó el Allipen, barco de la firma Haverbeck y Skelwert, fletado por la Sociedad Explotadora de Isla de Pascua, estaban pasando hambre. “Sentimos el balanceo del buque ya en viaje a Chile y la aventura nos quitó el hambre, el frío y el temor”. Como sus antepasados, ellos también llevaban sus sueños. “Habíamos conversado mucho, queríamos aprender algo necesario para la isla, para nuestro pueblo y por nosotros mismos. Íbamos para volver; es algo que está en nuestra sangre. Salir y volver. Nosotros somos de acá y viajamos sólo para volver”. Como aquellos cinco jóvenes: Martín Paté (24), Andrés Paté (25), Lucas Pakomio (189, Belisario Rapu (21) y Esteban Pakarati (19) que el 2 de enero de 1944 se hicieron de madrugada al mar. Su bote tenía siete metros de largo y lo habían cargado con cincuenta litros de agua, camotes, plátanos y naranjas. Pronto todo fue destinado al océano, un temporal los invadió del todo. Así, con un cuero de vacuno que los cubrió y luego, ablandado a tiritas en el agua salada, los alimentó, pasaron 24 días. Un transporte norteamericano los avistó el 26 de enero y nueve días después los desembarcó en Antofagasta. Un par de años y todos habían regresado a Rapa Nui.
Cuando los descubrieron ya era tarde para el piloto. Además, a bordo iba Humberto Molina Luco, Intendente de Valparaíso y presidente de la Sociedad Amigos de Isla de Pascua. El martes 1° de febrero de 1949 fueron fotografiados para la primera página del diario La Unión de Valparaíso.
“Luis Paoa Paté (18), Miguel Paoa Ruki (14), Ventura Chávez Hito (18), Valentín Hiroroko Tucki (18), Florentino Hey Hiroroko (18), Pedro Noraco Teao Hiroroko (19) y Alberto Hotu Chávez (18), los siete “pavos” que se embarcaron en el Allipen para venir al continente”. “Desean educarse y aprender para ser útiles en la isla, cuando regresen”, rezaba la leyenda al pie de la foto.
Los descendientes de Hotu Matu’a rey de los piragüeros polinésicos que emigraron a la Isla de Pascua y, como él, descendientes de  Kupe, descubridor de Tiritiri o Te Moana, el país de las brumas altas (hoy Nueva Zelanda) empezaban a unir, para su pueblo, más de mil años de cultura en viaje por el océano.

El pueblo maorí, de la mano de Kupe, se multiplicó y adaptó a la geografía, clima y alimentación de esas dos grandes islas pegadas a Australia. Cultivaron, como hasta hoy sucede en Rapa Nui, la papa dulce (jumara) y el taro. Llamaron a la isla del norte Tayika a Maui (el pez de Maui) y a la del sur: Te Wii Panamá, por la abundancia de esa piedra como jade que les adornaba y armaba. Eran grandes navegantes. Desde el río Wii Paoa sus grandes canoas podían salir a viajar, por semanas, por todo mar antes sus ojos, con más de cincuenta remeros pujantes y otros tantos tripulantes. Todos ellos, sea que arribaran a Tiritiri, a Rapa Nui o a Valparaíso, navegaron y arribaron en pos de la vida. Porque sus dioses, el dios Maui de los maoríes, el dios Mané y el Tangara-Manu (hombre pájaro) de los pascuenses eran dioses de la vida.

Los piratas de la muerte.
                Domingo, 5 de abril de 1722. Jacob Regenteen. Holandés. Descubrimiento 27° Latitud Sur. Nombre asignado: Poassers. Traducción: Pascua. Isla de Pascua.
                De la bitácora. “Un indígena se separó de la costa en canoa. Nos encontrábamos aún a dos millas de distancia. Como el hombre se hallaba desnudo, le ofrecimos una pieza de tela, un pescado seco y algunas bagatelas que él se colgó del cuello. Era moreno de tez, pintado de pies a cabeza y cubierto de tatuajes. Sus orejas eran muy largas y caían, alargadas por el peso de grandes pendientes. El hombre era robusto y alto y de aspecto agradable” (Castex: 90)
                La versión de C. F. Behrens, historiador de la expedición: “Uno de los habitantes de la Isla se acercó en una canoa hasta dos millas de distancia. Le hicimos señales para que se dirigiera bordo del buque insignia, donde lo recibimos bien…Su cuerpo estaba tatuado con las más diversas figuras, sus orejas eran sumamente largas y le colgaban sobre las espaldas…le ofrecieron un vaso de vino, pero con gran sorpresa nuestra, en vez de beberlo, lo vertió sobre sus ojos” (Englert: 96).
                La tradición oral en la Isla cuenta que “un descendiente de Ororoine (último sobreviviente de la raza Hanau eepe), hijo o nieto, fue desde el Tahai, a bordo, donde le dieron un vaso de vino y comida, pero no comió ni bebió. Tomó el vaso y se lavó con el vino, derramándoselo sobre la cabeza”.
                Dos días después, al bajar a tierra los marinos (de la versión de Behrens): “Como algunos de ellos osaron tocar nuestras armas, se hizo fuego…el fuego que se había hecho contra ellos causó la muerte de algunos, siendo uno de ellos el que primero había venido a nosotros”. (Englert: 96).
                “Un disparo hiere mortalmente a un indígena en su piragua”. “El nativo subió al barco cargado de presentes para nosotros”. “Los marinos dispararon y mueren diez pascuenses”. “La población se acerca en masa a ofrecer regalos y provisiones”.
                1770. 15 de diciembre. Felipe González. Español. Nominación asignada a la isla: San Carlos. Se levanta un Acta de Posesión. La firma el capitán a nombre del Rey Carlos III y algunos arikis (jefes de la isla). Hacen dibujos similares a los de las tablillas inscritas (Kohau rongorongo). Tres cruces se plantan en el cerro el Poike. Habitantes: 3.000.
                Marzo, 11 de 1774. James Cook. Inglés. “Los indígenas lo acogen con gran alegría”. Ocho días después al continuar el Resolution su viaje, “algunos indígenas han muerto a fuego por hurtar”. Nominación asignada: Easter Island.
                9 de abril de 1786. En la bahía de la Tortuga ancla el Conde de la Pérousse. Francés. Permanencia en la isla: 24 horas. No le pone nombre. De la bitácora: “Cuatrocientos o quinientos indios nos esperaban en la playa; no estaban armados y aunque uno que otro iba cubierto con telas amarillas o blancas, la mayoría estaba totalmente desnudos. Muchos de ellos presentaban tatuajes en el cuerpo y el rostro pintado”. (Castex: 94).
                De temperamento curioso, los indígenas que habían invadido las dos fragatas discutían acaloradamente frente a cada instrumento de navegación, mientras otros medían las diversas partes del barco con trozos de cordel”.
                De la bitácora: “No les pedimos nada a cambio de todo lo que les dimos (ovejas, cabras, cerdos, gallinas, semillas de naranjo, limón, algodón, maíz y otras diversas), pero ellos nos lanzaron piedras y nos robaron”…los gorros.
                Barco Nancy. EE.UU. 1805. Secuestran 22 pascuenses. 10 mujeres y 12 hombres, y zarpan. Tres días después permiten a los prisioneros subir a cubierta. 22 pascuenses saltan al mar y mueren ahogados con la vista clavada en el horizonte.
                1811. Buque ballenero americano Pindos. Los marineros llevan agua, legumbres frescas y muchachas a bordo. A la mañana siguiente las obligan a saltar al agua. Waden, segundo oficial, coge un fusil y les dispara. La tripulación aplaude. Waden es un excelente tirador.
                Rurick. Navío ruso. 1816. El comandante Otto von Kotzebue ordena disparar y reembarcar. Luego narrará que se aterró cuando vio acercarse a los indígenas; “parecían monos, todos pintarrajeados  de rojo y negro”.
                William Beechey. Navegante inglés. 1826. Dice que las mujeres, desnudas, intentaban subir a los botes, mientras los indígenas robaban lo que pillaban. Al desembarcar se ven en la obligación de disparar. Un jefe pascuense cae muerto. Prefieren batirse en retirada y volver al barco. Los nativos son agresivos, les han tirado piedras.

La vida y la brecha.
                Durante cientos de años una cultura florece en la isla Te Pito te Henua. Su gente se ha repartido la tierra; la siembra y la cultiva. Son hermanos del mar. Pescar, nadar, bucear es respirar. El mar es generoso. A veces basta meterse en el agua, juntar las rodillas y atrapar el alimento, entre ellas. Los cantos flotan por todas sus colinas y volcanes. Un jefe quiere ir con otro de pesca o salir a atrapar un ave. Un emisario corre con el mensaje en sus manos hiladas. Lleva un Kai kai:
                “Kia tika korua’l ta’aku tangata ‘amo
                Moenga roaroa,’ia ia te ahí tunu
                Kiakia, haveavea, hiringa te menú”

                Su gente talla, febrilmente, desde pequeño trozo de madera hasta setenta toneladas de roca volcánica. Las ceremonias cubren cada día, cada instante. Un curanto es un contrato; nuestros hijos se casan, una familia se compromete a construirme una embarcación, ha nacido una niña, ha llegado la primavera. Cada acto es un rito sagrado de la vida. Cada acto posee un canto. Un canto para nacer, un canto para vivir, un canto para los peces, un canto para el kiakia. Un canto funerario, un canto de recepción, un canto para amar, un canto para danzar. Una danza para narrar la historia, otra danza para mostrar la pesca. Una danza para atraer al varón, otra danza para enseñar los misterios de la creación. Un tallado que perpetúa  a los Aku Aku (espíritus), un tallado que venera a su reina. Miles de maderas y piedras talladas: pájaros, peces, animales, seres defectuosos, naves nostálgicas, mujeres en embarazo, rostros. Cuerpos tatuados, cuerpos pintados. Un tatuaje de estirpe, una pintura para vestir.
                Y, en medio de tanta vida, su propio sino trágico. La brecha. Dos confederaciones en guerra intestina. Para luego, esa zarpa emboscada del  Poike  donde una raza, la Hanau mamoko, casi extermina a otra, la Hanau eepe. Siglos más tarde, cuando una sociedad “explotadora” británica se encarga de la isla, otra brecha (1895): Ese alambrado de púas que erradica a todas las familias de sus tierras y las confina en Hanga Roa, para que, en su remplazo, irrumpan las ovejas. Veinte mil ovejas que aniquilan sus árboles y la escasa capa vegetal  de la región. Esa brecha que quien la cruza, hombre o animal, será juzgado y condenado. Anakena, playa idílica donde Hotu Matu’a desembarca, vive y muere siglos antes pasa a ser un recuerdo oral. Durante decenas de años los pascuenses no sólo no se bañarán en sus aguas, ni siquiera pisarán sus arenas. Es sólo con un permiso especial o salvoconducto entregado por las autoridades de la isla que, ocasionalmente, los pascuenses podrán transitar por toda ella, ir “al campo”. Cada vez que se hace necesario, el capitán tramitará un permiso escrito para que los isleños crucen el vallado sin tener problemas con la Sociedad Explotadora.
                “Armada de Chile. I Zona Naval, Jefatura Militar Isla de Pascua.
Autorización.
Autorizase a Zelma Tuky Pakarati para que pueda ir al campo, objeto cocinar al Sr. Maziere a contar del 18 de agosto hasta fines de septiembre.
 Isla de Pascua, 17 de agosto de 1964.
Jorge Portillo Orrego. Cap. De Corb. (T.E.A/S), Jefe Militar.
Distribución. 1 Interesado. 2Arch. J.M” (lleva un timbre y una firma). (Z. Maziere: 23).

1976. La brecha al habla. A los niños pascuenses se les ha prohibido hablar su lengua. El desatino es detenido a tiempo y los pascuenses no sólo recuperan la voz, sino que se inicia la enseñanza oral y escrita del rapa nui en la Escuela (hoy Liceo). También en 1966 el vallado ha sido desarmado. Los isleños rescatan su paisaje y sus caminos, pero no sus predios. La tenencia de la tierra es, hasta hoy (2012), el problema fundamental  de la isla.
1986. Hanga Roa. Juzgado de Letras de Isla de Pascua. Secretaría, causa N° 512.
Demandante: Juan Chávez Haoa.
Demandado: Conservador de Bienes Raíces de Isla de Pascua.
Materia: Reclamo del art. 18 Reglamento de B. raíces.
A lo principal; 1. Existe un expediente sobre posesión efectiva de don Nikonore Mariu Manuheuroroa.
2. El señor Conservador ha rechazado la inscripción. Existiría una inscripción sobre el mismo predio a nombre del Fisco de Chile.
3. El decreto ley 2.885 contendría normas especiales sobre el otorgamiento de título de dominio en Isla de Pascua.
4. El recurrente señor Juan Chávez Haoa alega dominio exclusivo y absoluto sobre este bien raíz que trata de inscribir.
5. El señor Juan Chávez Haoa es el único heredero de don Nikonore Mariu Manuheuroroa.
6. La solicitud de inscripción del recurrente se aviene con el orden jurídico interno de la nación chilena.
Resuelvo: Ha lugar a lo solicitado en cuanto el Conservador de Bienes Raíces del Departamento de Isla de Pascua deberá acoger a tramitación la solicitud de inscripción del bien raíz individualizado en autos.
Dictada por don Juan Jansana Salazar, Juez Letrado Titular (extracto de la copia fiel y certificada del original).
En 1988 esta causa se encontraba en la Corte de Apelaciones de Valparaíso.

El golpe fatal.
1862. 12 de diciembre. La brecha fatal. La gran brecha contra la propia historia. Barcos piratas peruanos. Ocho. Capitán al mando: Aiguirre. Más de mil pascuenses son secuestrados y esclavizados en las islas Chincha, productoras de guano, en Perú. Con ellos va el último rey, Kamakoi,  su hijo, Maurata, y los sabios Maori Rongorongo (únicos lectores de las, hasta hoy, indescifrables tablillas rongorongo).
Los piratas creen que las islas del Pacífico son granero humano donde pueden saquear y matar. El obispo de Tahití, Stephan Janssen (Tepano Janssen) hace una reclamación al gobierno peruano. Lo apoyan Francia e Inglaterra. Un año más tarde son repatriados cien pascuenses. Están enfermos de viruela. Sólo quince llegan a la isla. Con ellos desembarca la viruela y su epidemia. De 5.000 habitantes con que cuenta Rapa Nui mueren ese año 4.400. Once años más tarde, en 1877, la isla cuenta con solamente 111 habitantes. Ha sido el golpe fatal.

Recibir o dar.
                Devastados pero no aniquilados, los pascuenses claman por protección. En 1887, la cámara francesa discute una petición. La reina de la isla, casada con el francés Dutrou-Bornier (de triste historia en la isla), ha pedido, oficialmente, protección al gobierno de Francia. La bandera francesa flamea en su hogar.
                Freppel y Paul de Cassagnac alegan ante la Cámara francesa. Los indígenas han solicitado antes, en 1872, 1877 y 1881 el protectorado. Interviene el Almirante Krantz: “el Ministerio de Marina ha desechado la idea de proclamar el protectorado francés en 1872 y en 1886” Freppel se indigna y replica: “Señores, la respuesta del señor Ministro de Marina me causa tanto sorpresa como pena. Me extraña que se nos diga que Pascua no tiene ninguna importancia… ¿por qué, entonces, demuestra tanto interés Chile?, ¿por qué, entonces, Napoleón, en 1869, exigió y obtuvo que Chile renunciara definitivamente a toda posibilidad de posesión?” (Castex: 115 y ss.).
                La Cámara francesa delibera. La Cámara decide. “Isla de Pascua no sirve para nada” Los franceses piensan en la utilidad, en lo que pueden recibir.  En Chile, don Policarpo Toro piensa en lo que podríamos dar.
                El 9 de septiembre de 1888 se firma el acuerdo de voluntades. Firman Policarpo Toro y los Arikis Rapa Nui.
                “Los abajo firmantes Jefes de la Isla de Pascua, declaramos ceder para siempre y sin reserva al gobierno de Chile la soberanía plena y entera de la citada isla, reservándonos al mismo tiempo nuestros títulos de jefes de que estamos investidos y de que gozamos actualmente”.
                Policarpo Toro ofrece, en nombre del Gobierno, educación, progreso, respeto y protección. Los predios serán respetados, un buque abastecerá anualmente a la isla y la protegerá del pirateo infame. Habrá educación y trato digno.

No son gatos, son liebres.
                Los siete muchachos pascuenses fueron alojados transitoriamente en la sexta comisaría de Carabineros de Valparaíso. Los tratan bien. Juegan basquetbol y pasean por la feria de la Avenida Argentina. Están emocionados, excitados, asombrados, asustados, encantados.  En una casa ven que cuelgan unos gatos muertos y despellejados. Sienten asco y pánico. Los chilenos comen gatos, ¿qué otras cosas comerán? En la comisaría los tranquilizan; “no son gatos son liebres”. Revisan los tranvías. No entienden. ¿Cómo avanzan sin animales de tiro? Conversan largamente con periodistas que van a entrevistarlos. Dominan el castellano. Insisten: “somos chilenos, no nos traten de pascuenses, somos chilenos”. Florentino y Valentín quieren ser agricultores, Pedro Teao, mecánico, y Alberto Hotu, “de sano entusiasmo y extraordinaria viveza”, desea ser enfermero de la Armada. Obtienen becas del presidente para estudiar y empiezan a trabajar. Augusto Hagel ocupa a seis de ellos en las obras del liceo. En el mismo barco ha viajado la primera mujer pascuense que visita el continente: Anita Antonieta Rapahango, de dieciocho años. Ella ha sido invitada especialmente por el intendente y estudiara para matrona.
                Los siete muchachos pascuenses están felices. Desde 1946, como muchos otros jóvenes, han estado intentando embarcarse de “pavos” y llegar al continente. Estudiarán y aprenderán de zapatería, de agricultura, de mecánica, de carpintería, de soldadura, de enfermería. Y luego, volverán a su lejana isla, para ayudar a su gente a construir y reconstruir su propio sentido.

El fuego iniciador.
                Isla de Pascua. Febrero de1988.Se ha celebrado la Tapati Rapa Nui (la semana pascuense). Han sido siete días alucinantes y las más hermosas tradiciones y los más primitivos ritos han sido revividos. Doña Verónica Atán, al compás de una piedra, ha cantado un antiquísimo Kiu (canto antiguo). Las hermanas Pakarati, una vez más, han recreado los más hermosos Kai Kai  (mensajes cantados y acompañados de figuras hechas con cordel entre los dedos). Erito, el esposo de mi amiga Vicky Haoa, ha mostrado su pasión por el buceo, y David, profesor pascuense, se ha deslizado, en un tronco, colina abajo en el juego del peiamo.
                Los korohua (viejos) han entusiasmado a todos bailando el tango pascuense. Los jóvenes han galopado por la calle principal (la Policarpo Toro) tras los honores de sus colores y reinas de la semana. Bailes, curantos, tunuagis, competencias y el impacto mayor: la exhibición de tatuajes y pintura corporal. Un viaje vertiginoso al pasado primario. La piel se me eriza. El ancestro fluye desde las profundidades cavernosas de la isla y se dilata en mi propio estómago. Me parece tocar el fuego iniciador, aquel que plasmó a todas nuestras culturas homínidas y que reubicó el Universo en la perspectiva mágica.

El Krana.
                Nos vamos a pescar con don Alberto Hotu Chávez, jefe del Consejo de Ancianos. Don Alberto volvió. ”Nunca he leído la entrevista que nos hicieron cuando llegamos a Valparaíso. Pero recuerdo que dije lo que quería ser. Quería ser enfermero de la Armada y volver a la isla, trabajar en el leprosorio y en el hospital”. Y lo hizo. De la mano del enfermero naval Hotu, encargado del leprosorio, los leprosos bajaron en 1952, por primera vez, a las orillas azules del roquerío isleño.
                Don Alberto prepara el anzuelo y me advierte del oleaje. Conversamos. - Dice Thor Heyerdahl  que la isla es un misterio resuelto.
- ¿Usted cree Patricio que la Isla de Pascua vaya a ser un misterio resuelto?
-No, don Alberto, no creo que sea un misterio resuelto. ¿Y usted?
- Yo tampoco, pues. ¿Cómo va a ser un misterio resuelto?
                Dice que la “pora” boliviana existe, pero su punta no está cortada y apunta hacia arriba. La nuestra es distinta”.
                Hemos conversado muchas veces y solemos echarnos sus tallas.  “Don Alberto, no me venga con cosas, usted es descendientes de peruanos” (me siento tocando el límite).  Don Alberto se me pone serio.
- Esas son tonterías del Thor. Nosotros somos maoríes. Aquí vino el jefe maorí y su señora hace dos años. Nunca habían estado en la isla. Los llevamos con mi esposa al Rano raraku. Ellos se acercaron despacio a los moais, se sacaron los zapatos, cerraron los ojos y empezaron a palpar los moais. Iban lentamente rodeándolos y haciendo el “cantallora”.
-¿Qué es el “cantallora”?
- Es algo nuestro, muy nuestro. Es alegría y pena, a la vez. Es expresar cantando un sentimiento de júbilo y tristezas. Ellos poseen el “cantallora” igual que nosotros. Y el 79 fue extraordinario. Fue la primera vez que una delegación pascuense iba a Nueva Zelanda. Éramos setenta, y, bajando del avión, los maoríes empezaron a cantarnos el “Krana”.
- Y ¿qué es el krana, don Alberto?
-El krana es un canto que nosotros consideramos únicamente  nuestro y que nunca habíamos cantado en la isla, porque sólo se lo cantábamos a los reyes o arikis. Bajamos del avión y ellos empiezan a cantarnos el krana, que pregunta con qué intenciones viene ese rey al lugar. Y, nosotros, impactados de escucharles a ellos nuestro krana. Y, vamos y les respondemos el canto, porque es nuestro canto y lo sabemos aunque nunca lo hayamos cantado. Y ellos más impactados entonces, de escucharnos cantar su krana, que es su canto propio.  ¿Cómo vamos a ser peruanos? No, son peruanos quienes diezmaron y sepultaron a nuestros sabios y reyes. Nosotros somos chilenos  y pascuenses.
- ¿Qué le impactó más cuando llegó a Valparaíso el año 49?
- El trato. Aquí éramos  “kanacas”, negros. ¿Vio en la tele Kunta Kinte?  La historia de los esclavos  negros en Norteamérica.
- Ah, si,  Raíces.
- Si. Igual nos trataban aquí. Yo a los catorce años debía servir al practicante (el llamado pago de impuestos de los pascuenses) y detenernos al paso del “blanco”, hacernos a un lado y hacerle una reverencia con los brazos cruzados en el pecho. Y llevarle leña. Pero no estoy resentido.  Con él me surgió la idea de ser enfermero y viajar al continente. Al principio no entendía. Los carabineros, en Valparaíso, se reían. Íbamos por la calle y nos hacíamos a un lado y dale con la reverencia. Nos dijeron. “acá ustedes son chilenos e iguales que todos. Somos todos ciudadanos libres. Así que córtenla con humillarse” No entendía. ¿Por qué los chilenos, en el continente, nos trataban como a personas? ¿Por qué, los chilenos,  en el continente nos trataban tan bien y, tan mal, en nuestra propia isla?
                 En Valparaíso, don Alberto aprendió a respirar de un modo distinto y comprendió lo que podía dañar  el aislamiento a un pueblo que queda en manos de funcionarios  mezquinos y prepotentes.
                Volvemos a Hanga Roa. Llueve y la marea ha subido mucho. No hemos pescado nada. Marcelo, amigo de don Alberto, bromea. Le dice a él, “Maiare”.
- ¿Qué es maiare, don Alberto?
- Lo peor, me contesta. Un pascuense que no pesca.

La primera vez.
                Domingo 21 de febrero. 1988. El avión noruego aterrizó en Mataveri. Trae de regreso los restos del moai que representa a la reina Ava Rei Pua. Una parte de los restos han sido, recién, desenterrados  y se espera que calcen con la otra parte que viene en el avión. Toda la población se ha desplazado hasta el aeropuerto. La pieza arqueológica es descendida. Se la une a la que está en tierra, esperándola. Tras cientos de años la cultura rapa nui va a jirones reuniendo sus pedazos porque su identidad subyace viva y grandiosa la propia reina. Y estalla el canto. Porque el canto es el espíritu. Una canción desconocida a los oídos continentales surge en Mataveri. Una canción que, por primera vez, palpa los aires y las brisas de la isla. Una reina ha llegado a Te Pito te Henua y, por primera vez en ese suelo milenario, se canta el Krana. 
                Don Alberto canta, los korohua cantan, los poky cantan, las vahines cantan, y los corazones galopan y por los rostros descienden lágrimas profundas.

El canto de los grillos.
                Amanece. En dos horas aparecerá el avión en que volveré a Santiago. He querido sentir el despertar rapa nui. Toda la isla canta; es el canto permanente de miles y miles de grillos. Pascua, la isla que canta. Los grillos han cantado siempre. Los escucharon los piratas, los guaneros, los moribundos, los moais. Los escuchó Hotu Matu’a y Roggenween, Policarpo Toro y el hermano Eyraud, Ororoine y Kamakoi. Los escucha Hilaria, Benita, David y Pepe. Los escucha don Alberto, los escucho yo. Su canto es el espíritu rapa nui que nos trasciende.
                Un rumor ronco transforma la amanecida. Han sido dos horas de magia. Ha llegado el momento de volar. Pepe Román, Juan Emilio Estay y Jorge Riquelme, nerviosos, me pasan a buscar. Entro al aeropuerto. Los collares de despedida se van sucediendo en mi cuello como abrazos marineros que me acompañaran de por vida. Salgo hacia el avión. Tras la reja llega corriendo mi amiga Vicky Haoa. Me pasa por sobre el alambrado sus collares. Sentimos el desgarro de tres mil kilómetros que nos espera y lloramos.
                Sentado en el avión abro el libro de relatos y poemas que Vicky me ha regalado. Leo los versos de Blanca Hucke Atán:
                E tahi nó me’e tano he riva-riva
                E te varua he kimi atu
                A te kona ta ‘ato’a
                ‘ata ka vara’a ró
                To ‘ona mahahu temeio”.
                “Sólo hay una cosa
                Justa y buena
                El espíritu busca
                Por todas partes
                Hasta que se encuentra
                Con su alma gemela”.

2005.
               He invitado a Ximena, mi esposa, a la isla. Domingo, mediodía.  Nos encontramos con don Alberto.  Surge espontáneo el abrazo hermano. Almorzamos juntos. Don Alberto  es concejal y ha sido el primer alcalde de la isla en democracia (1990).
- Noto hartos cambios, don Alberto.
- Si, nos hemos llenado de taxis, de restaurantes y tiendas. Y de internet. Pero Rapa Nui sigue siendo Rapa Nui, la tradición Rapa Nui no muere ni morirá jamás.
              Días después, con Ximena, vamos al nuevo Liceo. Una construcción magnífica en las afueras de Hangaroa, La Aldea Educativa. Nos ha invitado su Directora, Ana María Arredondo. El  idioma rapa nui se enseña en sus aulas; lo enseña Vicky Haoa. Me pide que le de un taller a sus alumnos. Los chicos van con sus pantalones bien abajo y las lolas con sus faldas colegiales bien arremangadas.  Con ellos nos miramos a los ojos y en sus ojos veo ese brille único y propio de todo Rapa Nui; el de su irrefutable dignidad humana. Rapa Nui es Rapa Nui.

Bibliografía.
CASTEX, L. “Los secretos de la Isla de Pascua”. Ed. Almendros, Santiago, 1974.
ENGLERT, P.S.  “La tierra de Hotu Matu’a”. Ediciones U. de Chile. Santiago, 1974.
MAZIERE, F. “Fantástica Isla de Pascua”. Plaza y Janés. Barcelona, 1972.

(Esta artículo apareció en la Revista de Educación N° 159 de agosto de 1988).