sábado, 12 de abril de 2008

¿Qué ha hecho la educación por el lado derecho del cerebro (1981)

¿QUÉ HA HECHO LA EDUCACIÓN POR EL LADO DERECHO DEL CEREBRO?

Pato Varas


Recientes estudios (1972) indican que los hemisferios del cerebro no son simplemente dos mitades de un todo, sino dos distintos cerebros que han desarro-llado modos únicos de información organizada: “Dos modos de conciencia que simul-táneamente coexisten dentro de cada uno de nosotros”(1).

Bueno, tan novedoso no es esto, si consideramos que hace millones de años el diplodoco, un “brutito” vegetariano de cuarenta toneladas de peso y cola de diez metros de largo, era “bicerebral”. En efecto, poseía dos cerebros, uno en la cabeza y el otro en la pelvis, a raíz de lo cual el poeta anarquista de la época victoriana, Ed-wards Carpenter, le cantó así: “Uno en la cabeza, el lugar usual, el otro en la base es-piral; para razonar a priori y también a posteriori”(2).

Se supone que el cerebro superior, muy pequeño para el tamaño de la bestia, se especializaba en las funciones superiores, en tanto el pélvico realizaba las inferiores. Según algunos, los diplodocos padecieron de delirio racial y cayeron en una locura sexual que los llevó a la esterilidad y el suicidio colectivo.

Sin embargo, lo peor para estas grandes moles vivientes fue que no po-seían termostato, de manera que cuando las noches comenzaban a ser frías, la actividad del sistema nervioso disminuía, a la par que su temperatura corporal, para volver a au-mentar con el calor de la mañana. Para W. Grey Walter, uno de los pioneros de la electroencefalografía, “esta reducción nocturna de la energía nerviosa puede haber sido el origen de nuestro hábito, de otro modo inexplicable, del sueño prolongado”(3). La adquisición de un control de la temperatura interna, la termostasis, fue un aconteci-miento capital en el desarrollo normal, así como en la historia natural. Permitió la su-pervivencia de los mamíferos en un mundo que se enfriaba. Y, específicamente, com-pletó en algún lugar del cerebro, un sistema automático para la regulación de las fun-ciones vitales del organismo, conocido como homeostasis. En verdad, gracias a este sistema, el cerebro se hizo cerebro. El famoso fisiólogo francés Claude Bernard resu-mió este extraordinario fenómeno en su famosa frase *”La fixité du miliu intérieur est la condition de la vie libre”(4). Vista así, la homeostasis tuvo valor de supervivencia para todos los mamíferos, y emancipación para el hombre.

En 1946, un eminente fisiólogo, comentando lo precario y escasos que eran los conocimientos que se habían desarrollado sobre el cerebro, escribió “Triste verdad es que la mayor parte de nuestra comprensión de la actividad mental no perde-ría validez ni utilidad si se diese el caso que el cráneo estuviera lleno de algodón”(5). De ahí a afirmar hoy que, en vez de uno, son dos los cerebros, hay una gran distancia. Y sin embargo, tal vez sea así.

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* El dominio del medio interior es la condición de la vida libre.

Para los griegos, el cerebro era una “cosa en la cabeza”. Buscando alojamien-to para la humana posesión de una mente, de un alma, de un don espiritual de los dioses, no encontraron mejor lugar que el diafragma. Idea que hoy en día, de algún modo, han rescatado los psicólogos bioenergetistas(6). Al igual que estos últimos, los griegos supieron que el ritmo respiratorio se relaciona de cerca con los estados mentales. De hecho la palabra griega (Freen: inteligencia) la encontramos en expresiones tales como: frenesí, frenético, frenología y esquizofrenia.

Después de esto, el cerebro permaneció olvidado dos mil años antes de volver a ser objeto de investigación. Al descubrirlo el anatomista, lo exploró como substancia en la cual “podría” aparecer la secreta morada de la inteligencia. Así, la mente se mudó del diafragma al piso de arriba. Pero, el haber realizado una disección para tener masa encefálica en una mano, no fue mucho lo que aportó mientras no se tuvo, en la mano, la clave. Y la clave era eléctrica.

En 1791, Luigi Galvani publicó una famosa descripción de sus experiencias sobre la relación existente entre los tejidos animales y la electricidad: “De viribus electricita-tis in motu musculari commentarius”, la cual fue refutada de plano por Volta. Así mientras fenecía la amistad entre Volta y Galvani, nacía la ingeniería eléctrica (Volta) y la electrofi-siología (Galvani).

Lo que Galvani hizo fue colgar, en una tarde de tormenta, una rana muerta en una barandilla de hierro. Una vez que tuvo al batracio amarrado de una pata y con alambre de cobre, Galvani y su esposa esperaron que la tormenta se aproximara. Él sostenía que la rana se convulsionaría por choques eléctricos y, ni más ni menos, así ocurrió(7).

Fritsch y Hitzing, dos médicos militares prusianos, acostumbrados a “cachurear” en los campos de batalla, decidieron, en 1870, probar el efecto de la corriente “galvánica” sobre los cerebros expuestos de algunas bajas, en Sedán. Así, encontraron que al estimular un lado del cerebro se producían movimientos en el lado opuesto del cuerpo. En 1875, el inglés R. Caton descubrió que el cerebro era capaz de producir corrientes eléctricas. De ahí a Pavlov, la encefalografía y este siglo un paso(8).

La encefalografía ha permitido representar al cerebro como un vasto conjunto de celdas eléctricas, tan numerosas como las estrellas de las galaxias (más o menos diez mil millones), surcado por el flujo y reflujo inagotables de nuestro “ser eléctrico”. Estas células actúan al unísono por millones, pero se ignora que es lo que las hace actuar así (9).

Algunas partes del cerebro exhiben un aspecto microscópico regular y reco-nocible y responden en forma previsible ante los estímulos eléctricos, pero las excepciones son tan numerosas, que en la actualidad existe una tendencia a mantener un punto de vista “holístico” sobre las funciones cerebrales y a aceptar que sus partes se ven comprometidas en cualquier acción aferente, de modo que la localización de las funciones representa más bien una probabilidad que un sitio definido.

Chauchard(10) sostiene que aunque la corteza cerebral órgano del psiquismo, funciona como un todo, podemos diferenciar en ella tres zonas, que no presentan límites netos y ofrecen numerosas interrelaciones:
Una, el cerebro instintivo y afectivo que es, en principio, la corteza me-nos rica en neuronas y la menos estructurada. Recibe los mensajes de olfación, lo cual le otorga importancia en los comportamientos alimentarios y sexuales. Está estrecha-mente vinculada al hipotálamo y es centro regulador superior de la actividad instintiva y afectiva.

Dos, el cerebro no ético (inteligencia y lenguaje), que constituye la se-gunda zona cortical y cubre la mayor parte de la faz externa de los hemisferios, pro-longándose en la faz inferior o interna. Incluye visión (lóbulo occipital), audición (ló-bulo temporal) sensibilidad general (lóbulo pariental) y motricidad (lóbulo frontal, después de la cisura de Rolando).

Y tres, el cerebro prefrontal, órgano coordinador y unificador, cuyas funciones, al parecer, se conocen mal o simplemente se niegan.

Sin embargo, a pesar de estas delimitaciones de zonas se sabe que, en su ausencia, otras zonas las reemplazan. En el hombre se ha podido extirpar el hemisferio derecho íntegro, de un dextro, sin afectar la inteligencia; en el niño pequeño, antes de la adquisición del lenguaje, puede suprimirse el hemisferio del lenguaje sin que eso impida al niño desarrollar el habla. Por otra parte, un mono joven, con los párpados cosidos desde el nacimiento, sufrirá una atrofia definitiva de ciertas capas neuronales occipitales que lo dejarán ciego para siempre.

Sabemos que los hemisferios cerebrales crecen como exuberación de la porción anterior del encéfalo. En las actividades de sus neuronas tienen su base fisio-lógica los complejos fenómenos de la conciencia, inteligencia, memoria, discernimien-to e interpretación de las sensaciones. El concepto de que ciertas zonas del cerebro tienen funciones específicas es bastante antiguo. Mediante la extirpación quirúrgica de ciertas porciones del encéfalo, en animales, ha sido posible localizar muchas funciones.

Los estudios sobre los hemisferios han avanzado apreciablemente en las décadas recientes. Una lista general de los atributos que hoy, en forma correspondien-te, se le adjudican a cada hesmiferio es la siguiente(11):



HEMISFERIO IZQUIERDO HEMISFERIO DERECHO

Secuencial Simultáneo
Lógico Intuitivo
Analítico Sintético
Racional Metafórico
Digital Analógico
Relacional Integrativo
Lineal Espacial
Apolíneo Dionisíaco
Verbal Imaginacional

Mientras el hemisferio izquierdo desarrolla el pensamiento analítico-lógico, el derecho permite el sintético-gestáltico (Levy, Agresti, Sperry, 1961); el izquierdo, el pensamiento proposicional; el derecho, el aposicional (Dogen, 1969) o composicional (Tenhouten, 1978-9).

La lista del hemisferio izquierdo ha sido más honrada en Occidente. Ser lógi-co, razonable y verbalista son atributos deseables. Ser intuitivo o imaginativo lo es menos. Sin embargo, lo ideal parecer ser alcanzar el desarrollo del pensamiento proposicional, (hemisferio izquierdo), del pensamiento aposicional *o composicional (hemisferio derecho) y del pensamiento dialéctico (alta interacción de ambos hemisferios).

En todo esto, los sistemas educacionales han jugado un papel preponde-rante. Las altas escuelas de la cultura china milenaria, con su enjambre de actos rituales, meditación, ejercitación corporal, contemplación, reflexión, danza, canto, pintura, resolución de intrincados “puzzles” y problemas, lograron un hombre culto y sabio que exhibía una alta armonía mental y corporal, a la vez que una buena interacción de ambos hemisferios cerebrales. Un filósofo chino debía ser capaz de verbalizar, pintar y danzar la realidad o un “pensamiento o visualización” de ella con igual profundidad y claridad. Los indios hopi, de Norteamérica, desarrollaron un elaborado programa de exploración física, tanto del cuerpo como del mundo, lo cual les dio un marcado sentido existencial. La competencia del hemisferio derecho de los integrantes de este grupo, que ha permanecido intacto hasta nuestros días, es tal que en mediciones psicológicas realizadas, su rendimiento ha sido significativamente superior a la de otros grupos culturales americanos, tanto rurales como urbanos (Bogen, De June, Ten Houten, Marsh, 1972, Ten Houten y otros, 1976).

La universidad medieval es un ejemplo histórico de un sistema educacional orientado hacia la interacción hemisférico-cerebral. Su escolaridad involucraba el desarrollo del hemisferio izquierdo, mediante la lógica, el latín, las matemáticas, etc., junto a tareas físicas, artístico-creativas, de meditación y oración. Tareas tanto o más importantes en tiempo y dedicación que las primeras, cuyo efecto en el desarrollo del hemisferio derecho es decisivo.

Los sistemas educacionales de las sociedades modernas tienden a desarrollar el pensamiento proposicional. Los estudiantes producidos en estos sistemas pueden ser descrito como “unidimensionales”. Como consecuencia crítica, tanto en la vida social como individual se manifiesta una evidente declinación de la capacidad para solucionar creativa-mente problemas de trabajo y de vida, y la aparición de una serie de nuevas formas de malestar físico y enfermedad(12).


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* Aposicional: se refiere a que el pensamiento no tienen posición o no sigue una posición discursiva en el hemisferio derecho; en inglés, appositional




El hiperdesarrollo de las funciones del hemisferio izquierdo ha generado un cier-to desequilibrio funcional de los hemisferios. Algunas hipótesis actuales, largamente estudiadas(13), sostienen la existencia de una alta correlación entre el desequilibrio fun-cional de los hemisferios y el desequilibrio funcional de otros órganos. “Si esta hipó-tesis tiene validez, entonces la influencia de los sistemas educacionales en la salud del individuo, a través del cerebro, debe ser tomada en cuenta para la evaluación de las estructuras y programas educacionales” (14).

Simonton y Simonton (1975), en su estudio sobre la espontánea remi-sión del cáncer, concluyen que la imaginación y visualización positivas aumentan la probabilidad de disminución del proceso del cáncer. Estos estudios puntualizan el rol del hemisferio derecho en situaciones de enfermedad, como agente de recuperación. D`Elia y Perris (1973), Flor-Henry (1969) puntualizan la tendencia del hemisferio iz-quierdo a sobreactivar la depresión, mientras que la función del derecho la llega a su-primir. Por otra parte, Bogen y Bogen (1969) afirman que el pensamiento creativo depende de la interacción de ambos hemisferios.

Cuando volcamos nuestra mirada hacia la historia, para visualizar a un hombre cuya forma de ser es admirable, nuestra vista choca con Leonardo de Vinci, arquetipo de una formación magnífica en el desarrollo de todas las potencialidades de un ser humano.

Visto desde este siglo XX, proclive a los hombres-masa, cuya hipertro-fia de las funciones del hemisferio cerebral izquierdo los ha vuelto unidimensionales, Leonardo surge como un dios bicéfalo que, cual personaje de “Alicia en el país de los espejos”, desarrolló armónicamente la capacidad de comprender dos mundos, el inte-lectual y el artístico, el abstracto y el manual, el científico deductivo y el intuitivo, el del análisis crítico y el de la creatividad, el del conocimiento y el de la invención, el de su mano izquierda y el de su mano derecha.

En efecto, su más explícita demostración de desarrollo de la interacción hemisférica es observable en su reconocida ambidextría. Leonardo escribía con tanta facilidad con su mano derecha como con su mano izquierda y tanto de izquierda a de-recha (forma occidental) como de derecha a izquierda (forma oriental). Por si esto fuera poco, solía escribir simultáneamente con ambas manos.

Sin embargo, este “pequeño” indicador no es sinónimo de genialidad. La genialidad nace cuando simultáneamente un hombre es capaz de pintar “La última cena”, “La Gioconda” o su perdida “Batalla de Anghiari”; escribir cinco mil y tantas páginas, donde establece los principios de los remolinos y los torbellinos, la ley de los vasos comunicantes, las leyes de la hidrostática y la hidráulica, explica el movimiento ondulatorio del mar, los principios de transmisión y reflexión del sonido y la luz; nos entrega tratados de anatomía comparada, estudio del ojo y funcionamiento de la visión; dibuja bocetos de hidroplanos, paracaídas, campanas para buzos, submarinos y caño-nes de vapor; construir hornos de cristal, máquinas de aserrar, de hilar, de esquilar, de lavar, de hacer vasijas, toda clase de molinos, balanzas, espejos cóncavos, y péndulos; proyectar la canalización del Ticino, el Arno en Pisa y el Saona al sur de Francia; pro-yectos que cuatrocientos años más tarde fueron realizados de acuerdo a sus ideas; infe-rir la ley de aceleración de los cuerpos (dos siglos antes que Newton), los principios de palancas, poleas, la ley de conservación de la energía, la ciencia de la paleontología y la ley de la velocidad ritual (antes de Galileo)(15).

Todo esto y mucho más hubo en Leonardo, en el cerebro y cuerpo de Leo-nardo, un cerebro armónicamente educado. Se dice que Leonardo fue un autodidacta y que hasta los treinta años no hizo otra cosa que deambular.




REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS



(1) ORNSTEIN, R. The Psychology of Consciousnes. Pelican Books, N. York, 1975.
(2) GREY, Walter W. El cerebro viviente. Fondo de Cultura Económica. Méxi-co, 1961. p. 35.
(3) Ibid ant. p. 37
(4) Ibid ant. p. 38
(5) Ibid ant. p. 231
(6) LOWEN, A. Bionergetics. Penguin Books. N. York, 1975.
(7) Ver cita 2, pp.
(8) Ibid ant. p. 50-51
(9) Ibid ant. p. 61
(10) CHAUCHARD, Paul. “El cerebro humano”. Paidós, B. Aires. 1965. pp. 20-41
(11) Mc. CLUGGAGE, D. The Centered Skier. Warner Books. N. York, 1977. p. 129.
(12) KOPLEN, C.; TenHouten, Wd.; Woden, M. Educational Implications of Cerebral Lateralización: A neurosociaological Perspective. Nalla Journal, 1980. Volumen 14, Number 2, p. 13.
(13) Ibid ant. p. 15
(14) Ibid ant. p. 15
(15) LUDWING, E. Biografías. Ed. Juventud, Barcelona. Tomo I, pp. 1140-1166.

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